Coralie Clément en vivo: Ca valait la peine
Presentación de la francesa Coralie Clément realizada el sábado 4 de abril de 2009 en el Centro Cultural Amanda en Santiago, Chile.
El enfoque de este comentario podrá parecer bastante pueril y superficial para algunos, pero aseguro que está escrito desde la más pura honestidad. Me explico. Resulta que cada vez que vuelvo a ver las imágenes de The Beatles o Elvis tocando en vivo, donde ejércitos de mujeres parecen estar al borde de la histeria y el éxtasis colectivo, siento que pasan y pasan los años, pero comprendernos entre hombres y mujeres parece tarea imposible. Quizás sólo sea mejor gustarnos, necesitarnos y punto, porque traducir actitudes y emociones se hace para uno y otro lado una tarea muy difícil de conseguir. Pero la noche del 3 de abril en el Centro Cultural Amanda, mi cabeza se daba tiempo para repasar estas cavilaciones en medio de las melodías de la francesa CORALIE CLÉMENT, porque algo del modelo femenino se apoderaba silenciosamente de mi cabeza. No era un hombre en el escenario ni una chica en la platea, sino todo lo contrario. Por primera vez me estaba sintiendo próximo a eso de enamorarse de un artista, de querer adularlo, lanzarle papelitos con el número telefónico, enseñarle los senos y regalarle prendas íntimas como expresión de devoción. Sólo cinco metros me mantuvieron separado de ella durante unos 80 minutos y créanme que cada una de esas situaciones pasó por mi mente.
Sí, ya me referiré a su música, pero primero debo escribir unas líneas acerca de un tema que remarqué en mi libreta, una frase encerrada en un círculo que dice impacto visual, pero no por la básica iluminación o por un diseño escenográfico más bien sencillo del lugar. No, no, no. Aquí debo referirme a que sin lucir raros peinados nuevos de chica-artista, sino un ondulado pelo largo castaño de chica-normal, además de su pantaloncillo rojo (¡diablos!) sobre medias negras, botas negras puntiagudas y una blusa también oscura, Clément se apoderó de todo: del escenario, de las miradas y de mi maxilar inferior, incapaz el muy tonto de volver a su posición habitual que te hace mantener la boca cerrada. Todo su conjunto, su elegante coquetería y, tal vez lo mejor de todo, una simpatía inesperada, me tienen en estado de ensoñación aún 72 horas después. Sólo la había visto en algunos videos y fotos, pero asumí que por ser tan atractiva, cantar tan lindo y ser la hermana de Benjamín Biolay (algo que le da casi como un título nobiliario de la nouvelle chanson française), se trataría de esas mujeres bonitas, pero antipáticas. Pero no. Cuán errado estaba: ¡qué mujer más encantadora!
Coralie Clément vino a América en plan de promoción de su tercer disco Toystore, pasando por Argentina antes de instalarse en un Santiago que artísticamente se mantenía en vigilia por la muerte del Tío Lalo Parra, pero que por un par de horas se daba permiso para disfrutar del espectáculo de esta artista gala. El disco tiene como constante la utilización de instrumentos sencillos, como de juguete: melódica, metalófono, trompeta de bolsillo, flauta o el ukelele, entre otros. Tal como lo hiciera su hermano Benjamín hace un año en el Teatro Oriente, Coralie subió al escenario acompañada sólo de dos músicos, un tecladista y encargado de las bases y pistas pregrabadas (creo que es el mismo que vino con Biolay), y un guitarrista que simplemente se presenta como su complemento natural. Comenzó todo con Leffet jokari (El efecto jokari), la canción que abre su último álbum y le siguió un repertorio tal y como yo lo esperaba.
Ca Valait La Peine (Esto valía la pena), So long babylone (Hasta siempre, Babilonia), Indécise (Indecisa), Paris, dix heures du soir (París, diez de la noche), L Enfer (El infierno), Houlala, Le baiser permanent (El beso permanente), On était bien (Estábamos bien) y la italiana Sono io (Soy yo), entre otras, lograron satisfacer al conocedor de su obra y creo que también a los que fueron a curiosear. Notable también su versión de Pourtant (Sin embargo), de Vanessa Chantal Paradis. Y me gustó mucho su adaptación de Jardin dHiver (Jardín de Invierno), del desaparecido guitarrista Henry Salvador, uno de los clásicos del jazz francés del siglo 20. De esta canción conocía, aparte de la de su creador, la versión que Keren Ann hizo en su álbum debut La Biographie de Luka Philipsen (2000), y la de Benjamín Biolay en vivo en Santiago. Pero esta me gustó más. Una canción tan sensual, recibió todos los honores con la voz de Coralie Clément.
Es verdad que el audio no fue uno de los puntos altos, con más de los acoples tolerables y una ecualización del teclado que, si se trató de una propuesta artística del ingeniero, resulta incomprensible, puesto que el sonido de piano muchas veces no se escuchaba y el conjunto de las bases era un bombeo no característico del intimismo de las canciones de la chanteuse. También resultó curioso que ella se lanzara con todas las canciones de corrido, sin reservar algo para el bis, por lo que nuevamente llevó su rosada flauta dulce a los labios para interpretar Cest la vie (Es la vida) cuando el público pidió su retorno. Y claro, también se dio tiempo para adular el público, cuando en Lou lo incorporó a un coro sencillísimo para felicitarles después, ¿no es linda? Sin embargo, lo simple y natural de Coralie Clément quedó de manifiesto incluso en el momento más complicado de la noche. Después del primer estribillo de Lombre et la lumière (La sombra y la luz), su canción más conocida, simplemente olvidó la letra. Un leve rubor en sus mejillas que hacían juego con su pantalón corto, una risa avergonzada, un estallido de risa, un guitarrista que sigue tocando para que ella se incorpore cuando desee y un aplauso espontáneo que premia eso, lo sencillo, lo natural. Un aplauso que premia a la artista que no necesita de poses ñoñas, discursos populistas, ni falsas actuaciones. El aplauso es por ser simplemente ella misma y sus canciones.
Ves
CEST LA VIE "Toystore" (track 2)
LEFFET JOKARI "Toystore" (track 1)
SO LONG BABYLONE "Toystore" (track 11)
Lombre et la lumière resume también un aporte significativo de los hermanos Benjamin y Coralie, la incorporación de la bossa nova a la música acústica europea. Esta canción que tiene una melodía muy hermosa, en el disco Salle des pas perdus (Sala de espera) de 2001, posee un arreglo donde destaca una trompeta que marca la melodía característica, además de percusión. Aquí, sin embargo, Coralie la presentó sólo acompañada del guitarrista que se lució con su instrumento acústico de 12 cuerdas.
Quiero hacer un acápite sobre un punto que me dejó sumamente intranquilo en cuanto al lugar del concierto. Primero, que el Centro Cultural Amanda es a la vez un bar que debe vender muchas bebidas, lo que me parece legítimo. Es agradable escuchar música en vivo con una copa o una cerveza en la mano. Pero si el ticket dice 22:00 horas, el espectáculo no puede empezar 70 minutos después. No me parece una manera elegante de vender más mientras esperas. Se trata de la primera experiencia y creo que deben cuidar ese detalle. En cuanto al espacio, nada qué decir: bonito diseño, pero
ya de entrada se podía notar un cierto perfil de espectador. El lugar está ubicado en Vitacura, la comuna con más plusvalía de Santiago y donde viven las personas con mayor poder económico de Chile. Y el paseo de actores de televisión, animadores y mucho jet set criollo con residencia en el sector y estudios en colegios de la zona, pues era evidente. Se supone entonces que el producto de la mejor educación del país es el que estaba presente en el lugar. Sin embargo, no encuentro otra palabra que vergüenza ante el hecho de tener que hacer callar a la mitad de las personas que simplemente no dejó de hablar a gritos, como si la música interrumpiera su animada conversación; como si se encontraran en un cóctel y la voz de Coralie Clément saliera de una grabación. Tener que pedir silencio a lo más granado de nuestra sociedad para poder escuchar a una artista por la que se pagó una entrada, es sólo el resultado de una falta de respeto y educación enorme. Permítanme la onomatopeya, pero es que al tercer shhhhhhh de los que estábamos escuchando un concierto en vivo, hasta la propia cantante puso cara de impresión e incomodidad por lo que sucedía. Vergonzoso. Por suerte ella logró sustraerse a los tontos ilustrados, volvió a sonreír, volvió a impostar esa voz susurrada que provoca cosas y los interesados volvimos a disfrutar de un repertorio de canciones bellas.
Ves
LENFER
"Bye Bye Beauté" (track 3)
Ok, fue un comentario en extremo personal, lo sé, pero aclaro que no le lancé una tarjeta con mi teléfono, ni me abrí la camisa, ni le grité obscenidades como tantas veces vi a mujeres hacerlo en conciertos de Bosé, Fito o los Stones. ¡Qué cara de horror habría puesto ella!... ¡Guardias, llévense a ese tipo!, habría dicho. Por una noche creí ser como las chicas de fanclubs que sueñan con ir a la cama de su artista favorito cada vez que visitan el país, pero que luego vuelven a la vida normal. Sí, por primera vez quise ser groupie (¿qué será de mí cuando vea en vivo a Émilie Simon?). Por primera vez me acerqué a entender lo que es enamorarse de un artista, soñar con cara de idiota, despertar en medio de un montón de gente, darse cuenta de lo estúpido de todo e irse a casa cantando Un beau jour une fin daprès midi / on vole aux quatre vents / vers un ailleurs, un atoll, un abri / une rivière de diamants / on oublie les comptes et les débits / les quoi, les où, les quand / simplement, simplement / cest lombre et la lumière / ces petits riens quon aimait tant naguère (Un buen día al final de una tarde / volamos a los cuatro vientos / hacia otra parte, un atolón, un refugio / un río de diamantes / olvidamos las cuentas y las deudas / los qué, los dónde, los cuándo / simplemente, simplemente / es la sombra y la luz / esas pequeñas cosas que antes nos gustaban tanto).
por Denis Leyton
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