Cuando oí a Salif Keita bailé...
Impresiones sobre el concierto de Salif Keita efectuado el 21 de enero de 2009 en Santiago, Chile.
La sensación de pisar el prado del Parque Araucano fue divertida. Fue como haber vuelto al día siguiente de la presentación de Goran Bregović. Como que no había pasado todo un año en medio de ambas fechas
¡Eso! Como que los aires estivales hacen de Santiago una ciudad tan bella (amo Santiago en verano), que los buenos momentos se quedan pegados en la memoria con su propio calendario. Eso es lo primero. Que ver un concierto a pata pelá echado en el pasto hasta altas horas de la noche es maravillosamente agradable. Si tan sólo la foto de Spencer Tunick hubiese sido en enero, en un lugar como ese y con una temperatura similar... Santiago a Mil, el carnaval cultural que cada verano llena las salas y los espacios públicos de la capital de Chile con teatro, danza y música, nos regaló ahora la presencia de SALIF KEITA, un gran maestro de música nacido en Mali que brindó un espectáculo por el que yo pagaría a ojos cerrados... claro, con los valores que se cobran en Chile es posible que pronto los tuviera que abrir. Conciertos gratuitos como este me parecen un regalo casi inmerecido, al menos para mí.
A diferencia de lo que la prensa especializada de espectáculos anunciaba, más que una fiesta para bailar (que también lo fue), se trató de una clase magistral de música. Me perdonarán la confianza, pero no conozco mayormente su repertorio, entonces todo lo que emergía del escenario era prácticamente una novedad, salvo un par de canciones que sí conocía.
Y en esta clase, el auditórium presenció temáticas tales como ¿es posible componer una canción con dos acordes y tocarla por casi 10 minutos, haciéndola parecer una danza de variaciones interminablemente creativas?. Sí, es posible. La música africana desplegada por Salif Keita se basa mucho en el trance (leer en español, por favor), en la reiteración que no aburre ni por sólo un segundo, porque es envolvente, sensual y alegre.
La clase también incluyó una buena dosis de humildad, algo que la industria se encarga de quitarle a muchos músicos y que tan importante es, precisamente, para enarbolar las banderas de lo magistral. Los 10 profesores que pisaron el escenario tienen la técnica suficiente para hacer solos que provocarían el delirio de las masas, seguido del inconfundible ritual en que público regala cuotas desbordadas de ego al artista. Sin embargo, cada vez que eso estuvo a punto de ocurrir, el mencionado protocolo era detenido desde la vereda de los propios intérpretes
un aviso de que lo importante es el todo, que la reina es la canción, y no la pirotecnia del virtuoso. El bajista MIKE CLINTON, por ejemplo, ese ser genial que llevaba todo el pulso de la banda, a veces no necesitaba más que marcar la nota para envolverlo todo, para llenar de swing el ambiente y sobre el que se sostiene todo un grupo. Pero cuando era necesario, sólo cuando era necesario, lucía una técnica francamente alucinante.
Y lo mismo para el resto de los integrantes de la banda: los tres percusionistas, ambas guitarras, las dos fascinantes chicas del coro y el jali, el encargado de la Kora o Korá, ese original instrumento suerte de arpa y cítara del que escuchamos un sonido bellísimo y que no es otra cosa que un zapallo musical, literalmente suave, dulce y sabroso. Por supuesto, toda regla tiene su excepción: me basta con que una vez alguien quiera emular a Jimmy Hendrix, tocando de espaldas o con los dientes si es necesario, para mostrar que se trata de un elegido por los dioses. Pero, ¿dos veces? Es mucho. La disculpa quizás vaya porque siendo un instrumento de sonido y forma tan extraña para nuestra cultura, un poco de sobreexposición no venga mal para recordarlo.
Qué bello momento fue cuando Salif Keita se quedó solo con su guitarra. Fueron dos interpretaciones conmovedoras y emocionantes, también de poquitos acordes, pero llenos de figuras y variaciones que, mezcladas con su voz, lograban crear un ambiente difícil de describir para mí. No era ese silencio serio, ni tampoco la melodía de sonrisa fácil. Keita tocando maravillosamente la guitarra creó un ambiente de tensión intermedia. No sé encontrar palabras
¿así se describirá lo mágico?
Ves
FOLON
pista 9 Folon
El final, en cambio, con esa publicitada imagen de espectadores bailando en el escenario, me resultó precisamente la postal marketera de un espectáculo que no requiere de esos clichés. Es tan bello todo lo que expone este músico africano, que no es necesario replicar fórmulas como esas. Claro, porque el baile de elegidos por la casualidad podría ser emotivo y festivo; el baile de los invitados VIP, en cambio, parece más bien el desorden aprendido en un guión escrito en fotos de prensa o en algún video telefónico de Youtube.
A propósito de video. Por más que las cámaras digitales estuvieran registrando imáganes del concierto para ser editadas después, el resultado de la referencia visual que vimos en las pantallas fue, por lo menos, "desafortunado". La relación del pulso musical con las imágenes es tan potente, que esos detalles deben ser cuidados. Se trataba de Selif Keita, ¡un espectáculo de nivel mundial!, no una fiesta escolar.
Insisto. ¿Dónde debo depositar el dinero de la entrada al show? Sonidos tan maravillosos y un carisma y calidad musical como la del albino malí, es un regalo que no estaba en mis planes y creo que tampoco en las cerca de cuatro o cinco mil personas que asistieron a la cancha del estadio fantasma de la U, el Parque Araucano. Esta es música para el corazón, para cargar la pila del alma, para andar contentito por la vida. Ahora entiendo mejor a Chico Cesar: no sólo bailé cuando lo oí cuando vi a Selif Keita aprendí.
por Denis Leyton
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Salif Keita | Mali | Santiago a Mil
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4 comentarios
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Monica -
clau -
un acorde sostenido en la sencillez de su musica....
se agradece la gratuidad.
me siento pagada....
belen -
Denis tus palabras lo demuestran, que sentir la música de Selif Keita es más que especial..
Un saludo y gracias por transmitirnos la magia de ese momento.